El segundo auge de la cabuya estuvo marcado por la utilización de la máquina desfibradora cuyo motor de 5 a 9 caballos de fuerza es aprovisionado con gasolina para mover un cilindro con varias cuchillas metálicas que raspan la pulpa de la hoja.
Estas máquinas empezaron su ruidosa aparición por las veredas fiqueras de Santa Elena en los años de 1950 y por tres décadas incrementaron la productividad de la cabuya en rama para surtir los telares eléctricos de la Compañía de Empaques.
Como el secado se hacía al aire libre los manojos de cabuya se depositaban sobre pasto o grama para recibir el sol y el calor del día, y así lograr el color claro y parejo que exigía su venta. Entre los pocos cabuyeros que aún conservan la tradición se encuentran Álvaro Antonio Patiño Alzate de la vereda Barro Blanco, quien prefiere colgar las fibras para prevenir su contaminación.
Esta galería muestra el beneficio de la cabuya en rama hasta la obtención de manojos de fibra seca sin procesar que es la materia prima para el hilado.