Las quebradas o charcos debían tener agua abundante, ojalá corriente, para facilitar el enjuague de la ropa y no tener que cargar o recoger el agua. También era importante que hubiera piedras planas en donde estregar la ropa, así como pastizales o mangas aledañas para extenderla durante los procesos de descurtido o secado.
El principal instrumento de trabajo era el jabón. Se recuerda de manera especial uno rectangular de colores blanco o amarillo, marca Escobar, que vendían en las tiendas de Medellín. Las mujeres de Santa Elena procuraban machacarlo con piedras y darle así una forma redondeada, adaptable a sus manos: la fuerza motora del trabajo.
Con vestidos, pañuelos en la cabeza, delantal y siempre descalzas se las encontraba metidas a media pierna o hasta las rodillas en las quebradas. Aunque preferían las piedras planas para estregar la ropa, en ocasiones llevaban bateas de madera para realizar dicha función o como soporte para facilitar el transporte de la ropa hasta el sitio de lavado.
Para el almidonado de las prendas diluían almidón en agua caliente en poncheras de peltre; algunos “tratos” incluían el planchado de la ropa, y por eso algunas familias todavía conservan esas antiguas planchas que se calentaban con carbón o combustible. Otros objetos como canastos, cargadores y costales de cabuya tienen igualmente un valor significativo en el oficio por su funcionalidad al cargar y transportar la ropa en la cabeza o los hombros.
Por la antigua vía en la que transitaban “los carros de las roperas”, hoy circula un sistema de buses colectivos provenientes de Guarne, que empleaban hasta hace poco tiempo algunas lavanderas de El Ramal, Mazo, Piedras Blancas y Piedra Gorda.