Siempre ha sido un hombre de familia, tuvo dos matrimonios, catorce hijos, siete nietos y dos bisnietos. Su primera esposa falleció al dar a luz a su tercer hijo y entre tantas dificultades por las distancias y retos que impone el campo, debió asistir incluso, la llegada de una de sus hijas.
Hoy en día quién lo acompaña constantemente es Rosalba, su hija menor, una mujer que lo define con orgullo como un gran líder, porque a pesar de sus pocas palabras son sus actos los que enseñan cómo enfrentar la vida día a día.
Todo en la vida de este hombre ha sido empeño y esfuerzo. Desfilar como silletero fue algo que buscó por mucho tiempo hasta que la insistencia y el apoyo de sus vecinos, le permitieron integrarse a este evento a partir de 1962. Tiene la certeza de no haber faltado desde entonces, siempre con su silleta tradicional, con la misma y única intención de disfrutar esa sensación de alegría, que él dice, le genera participar en el Desfile de Silleteros.
No basta con un par de visitas para conocer a don Rubén Amariles, en esta ocasión interrumpió su trabajo con las moras que serán vendidas en Medellín para dar curso al raudal de sus recuerdos. En el corredor de su casa descubrimos que es un hombre tranquilo, su voz gruesa y ronca contrasta con una risa constante con la que interrumpe a cada tanto su relato, dejando ver, además, que es el dueño de una gran personalidad cargada de felicidad.
En sus memorias se pueden rastrear costumbres e historias ya perdidas en el territorio cultural silletero, como la producción de cabuya y jabón de tierra. Las transformaciones del entorno a partir de la construcción de casas y carreteras, las anécdotas relacionadas con los mitos y leyendas propias del campo, la vida cotidiana con sus familiares y vecinos, todo queda caracterizado por el peculiar ingenio de este campesino que ha salido adelante en medio de las exigencias de su medio y de su tiempo.