Ella inicia la conversación y el corredor parece llenarse de voces, de la algarabía de la gente, de la música de carrilera, de arengas festivas y del sonido de copas que se juntan en múltiples brindis. Sus relatos permiten imaginar la casa convertida en un gran salón de baile, con las bandejas de comida y el aguardiente que rota de un lado para otro.
Mientras se acomoda en el sofá, se despliega la falda del traje típico bordado con flores. Ni la tradicional estructura de la casa, ni el colorido de las plantas que cuelgan de los travesaños, ni siquiera el verdor de los campos de la vereda San Ignacio, igualan la estampa que compone Luz Estella Hincapié, quien a sus 79 años representa, como un ícono, la figura de la mujer silletera.
Aunque el evento crucial es el desfile, ella entiende que su rol es permanente. Conseguir su lugar le costó mucho, pues como ella lo dice: “no cualquiera es silletero”. Para poder desfilar hay que ganarse el derecho, conseguir un contrato, un título que pocos tienen la suerte de portar.