Lavanderas

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Lavanderas
En Santa Elena…

Una de las raíces que soporta y nutre la manifestación silletera tiene que ver con el esfuerzo y el ingenio de algunas mujeres dedicadas a cargar talegos de ropa por trochas escarpadas y adaptar sistemas de lavado en charcos, arroyos o nacimientos de agua. El oficio de lavado de ropa, legado desde el siglo XIX, tuvo especial asiento en la zona de Piedra Gorda, Mazo y Piedras Blancas. Con gran dignidad, carisma y lucidez un grupo de mujeres evocó esa práctica en las décadas de 1940 y 1950 e hizo memoria de las adaptaciones al sistema de carros escaleras en 1960 y del paulatino reemplazo de las lavadoras eléctricas que sobrevino después.

Estos testimonios permiten narrar desde adentro un oficio tan cotidiano como desconocido, cuyos códigos de ética se apreciaban en la responsabilidad, el cuidado y el empeño de estas mujeres al tratar la ropa; un artículo todavía mucho más preciado en aquella época.

Gracias a sus vivencias derivadas de cargar la ropa en costales y talegos por un territorio montañoso, la identidad silletera adquiere hoy mucho más volumen; una práctica que amarra lo silletero a lo campesino, que resignifica la esencia de esta manifestación cultural.

Conoce más sobre este oficio

Memoria

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pues eso empezó desde las abuelas antiguas de nosotros… ellas fueron las que empezaron con ese destino… por aquí casi todo el mundo, ese era el destino pues de las mujeres, lavar… ropa ajena. Primero a mí me tocó la cabuya y ahí después ya como que se acabó mucho el destino de la cabuya. Ya nos tocó fue el destino de la lavada. Ya las lavanderas que hay son muy poquitas, porque eso era de la gente adulta, ya como la mamá mía, como las tías de ella, como las tías mías y así todas las vecinas y familiaresLigia Londoño Rodríguez, (QEPD 1940-2018)

La memoria, un tanto dispersa de las seis lavanderas protagonistas de este ejercicio, nos ayuda a dimensionar la coreografía diaria de unas doscientas lavanderas en los charcos de Piedra Gorda, Mazo y Piedras Blancas. Muchas de ellas en la flor de su juventud, cuando todavía podían enfrentarse a los esfuerzos físicos que implicaba el oficio, sobre todo, los relacionados con la carga, el traslado, la distribución de los bultos de ropa y las tareas complementarias, hoy casi extintas: asolear, serenar, almidonar y planchar con carbón de leña.

Entre los factores que separaron progresivamente a las lavanderas de los charcos y quebradas de Santa Elena, se debe considerar la aparición de las lavadoras eléctricas “que no asoleaban, ni serenaban”; el envejecimiento de estas mujeres y su consecuente fragilidad en términos de salud; así como la dispersión del núcleo familiar y las campañas de protección del agua que surte el Valle de Aburrá, que incluyeron la adecuación de acequias hasta las casas campesinas, lo cual restringió la práctica al ámbito doméstico.

Hoy ya no se presta este oficio, pero todos aquellos saberes y experiencias que coexistían a su alrededor deben ser valorados como parte de nuestra memoria colectiva. Por lo tanto, conocer este quehacer es una apuesta por la salvaguardia de los patrimonios inmateriales de la manifestación silletera y, sobre todo, una forma de ampliar la comprensión de las relaciones que se tejieron en otras épocas en ese territorio cultural.

La herencia cultural del siglo XIX: Lavanderas descalzas cargando talegos de ropa por el camino de La Cuesta


A mí me contaron que aquí nací… en esta casa. Nací en el 1940. Y mi mamá era Inés Emilia Rojas de aquí de la vereda y era lavandera, había un lavadero ahí abajo… lavaba ropas de la gente de Medellín. Ah, pues la llevaban en bestias y por aquí por el camino de herradura como se llama, que sale allá a Enciso. Bajaba con mi papá y mis hermanos mayores. Pues yo desde los siete años me enseñaron a lavar ropa y yo le ayudaba aquí a lavar ropa y ellos la iban y la repartían en Medellín.María Lía Alzate Rojas, nacida en 1940
la mamá de mi papá no, ella, el destino de ella era por allá sembrar agricultura con mi abuelo, flores y eso. Pero la de mi mamá sí era lavandera. Con ella fue que empezamos y las tías. A ella le tocó todavía mucho peor que a mí. No… habían… pues como transporte ahora como de carros, a esa gente le tocó sufrir mucho porque era caminando con el viajecito desde por aquí pues que era donde vivían, pa bajar dizque por La Cuesta. Por ahí bajaba la gente con el viaje, por ahí volvían y subían con el mercaito. Desde la edad de siete años me pusieron a trabajar pa Medellín con mi papá a vender flores. Mamá lavaba ropita de Medellín. Y a mí me tocaba, como los otros hermanos míos estaban chiquitos, me tocaba bajar con él, y él y yo la llevábamos, y por allá él entregaba y volvía y traía la otra, para volverla a lavar.Ligia Londoño Rodríguez, (QEPD 1940 - 2018)

los familiares míos que viven muchos por allá en Piedra Gorda, son silleteros todavía. En ese tiempo, bajaban por La Cuesta, llevaban la ropa en bestias y la traían en bestias. Si me tocó a Medellín a pie, a pie limpio. Y esas calles como se calentaban con el sol (risas) aguantarse uno, el calor en los pies (risas). Y entonces mi papá, él vendía flores, él se iba desde aquí desde esta casa donde vivíamos. A las doce de la noche salía para Medellín. Por La Cuesta. Y bajaba a las cinco de la mañana, a vender las flores a la Iglesia de Jesús Nazareno, que apenas la estaban construyendo. Es que Medellín es muy grande hoy en día, pero yo me acuerdo cuando estaba chiquita. Por Buenos Aires había una que otra casa, casitas separadas. Pues al principio pues ella {mamá} sembraba muchas cositas como cilantro, flores… para llevar a vender a Medellín. Cuando, todo el mundo lavaba ropa por acá, entonces nosotros también, empezamos a lavar y lavamos muchísima ropa y muchos años.María Olga Ríos Hernández, nacida 1938, diálogo con su hermano Juan Pablo
Yo bajé con mi mamá. La jornada era que ya en La Honda pasábamos por aquí, bajábamos aquí en toda la loma, en toda La Cuesta que llaman acá, salíamos por Enciso. Creo que nos demorábamos ¡Qué! ¡Cinco horas! salíamos a las 4 de la mañana y a las 9 {llegábamos}, eso está muy lejos!!! Los abuelos cargaban la ropa era en bestias, a las bestias le ponían dos bultos a cada una, a lado y lado. Casi se trabajó fue con una.Aurora Atehortúa Zapata, nacida 1934

Y ahí a lo último ya… salía uno era allá… a la carretera de Santa Elena… que de aquí nos íbamos por ahí a la una o dos de la mañana con el viaje para salir allá a la carretera y muchas veces llovía ¡Agua, Dios, Misericordia! cuando yo salía ahí a la carretera. Mejor dicho, donde me paraba hacia el charco de lo mojada, me tenía que quitar la bata y escurrirla (risas) y escurrirla y volvérmela a poner y eso se me secaba en el cuerpo.Ligia Londoño Rodríguez. (QEPD 1940 - 2018)
primero íbamos descalzas hasta que… yo no sé cómo nos acostumbraron a zapatos (risas) porque primero pa’ todas partes era uno descalzo… en tierra destapada era como por aquí arriba en Enciso, pero allá abajo ya era de cemento. Por ahí de vez en cuando cada año que me llevaban a mí a Medellín me tocaba bajar por ahí. Pero le tocaba era a mi hermana y a mis hermanos que bajaban con mi mamá. Cuando ya me tocó a mí en la escalera ya me habían comprado zapatos, ya teníamos zapatos. Y entonces por La Cuesta era que cuando eso, me llevaban por ahí cada año, bueno me llevaba dizque a pasear, decían ellos, yo no sé (risas); y entonces me llevaban a mi descalzada a Medellín, pero a mí me tocó muy poquito bajar a Medellín por ahí por La Cuesta que llamábamos, le tocó fue a mi hermana y a mis hermanos, mi papá y mi mamá. Pero yo fui la más de buenas que ya me tocó fue aquí bajar en… en las chivas.María Lía Alzate Rojas, nacida en 1940

Las “chivas de las mechas” o “carros escalera de roperas” impulsaron el oficio en los años sesenta


¡Si! yo ayudé cargar ropa ¡Pero mucho! ¡Bultos! Veníamos del Tambo aquí, porque en un tiempo no había carro sino del Tambo aquí {sector El Rosario} Por ahí por El Tambo, pasa un camino que iba desde Guarne pa’ Medellín. Venían camiones de San Vicente con gente pa’ Medellín. Bajaban por Santo Domingo.
Juan Pablo Ríos Hernández, (QEPD 1935-2020)
¡Ave María!, todo esto por acá {sector El Rosario}, por allí por La Honda, yendo para Guarne, bajaban, como cuatro carros de escalera, llenos de lavanderas y de ropa. Un bulto de ropa en un costal de esos de cabuya siempre pesaba. Y a uno le tocaba salir con un bulto en la espalda con un cargador y otras veces a la cabeza, y así, uno cargaba con un cargador también. Nosotros teníamos que salir con esos bultos hasta El Tambo que queda cerquita al metro cable. Era la carretera de Guarne, la vieja. Subía por donde es ahora Comfenalco y venía al Tambo temprano ¡Ah! pues teníamos que salir como a las cinco de la mañana, pa’ llegar como a las seis y media o siete, pero sí se demoraba uno mucho. Más o menos dos horas o hora y media si eso andaba ligero.María Olga Ríos Hernández, nacida en 1938

El que nos tocaba a nosotros nos tocaba dizque en El Ramal, y otros dizque en El Congo, y otros quisque por allá por La Honda, y otros que recogía a las lavanderas de El Tambo. Llamaban dizque los carros de las mechas. Se aplanchaba con planchas de carbón, eso había que saberlo empacar pa’ que eso no se arrugara. Entregábamos esa ropa y esos conductores se iban y parqueaban los carros quisque por allá yo no sé a dónde, y antonces a no más por ahí se llegaba quisque las dos y media o tres y media de la tarde ya iban y nos recogían en cada puesto a todos y nos volvíamos otra vez pa’ la casa, con la ropa sucia ¡Usted no me va a creer que mis tíos y mi papá fueron de los primeros de los que empezaron con los silleteros!
María Belén Londoño Rodríguez, nacida en 1945
Y empacaban toita esa bultería y cada cual se bajaba en el puesto que tenía destina’o y bajaba su cargamento y ahí mismo se ponía y organizaba ¡Esa era la comida que le daban a uno! Ahí mismo le organizaban el bulto y ¡Vaya donde fulana y donde perana y no se demore! ¡Oh señor bulto le arreglaban a uno! Pa’ise de casa en casa como dice el dicho (risas) y volvíamos y la empacábamos en la misma posición y volvíamos y nos veníamos con ella. Al otro día nos levantábamos a las cinco de la mañana a desbaratar los costales pa’ inos pa’ la quebrada a lavar.Dolly Londoño Rodríguez, nacida 1950

Y había gente que se demoraba por ahí que a las cinco de la tarde todavía no habían podido terminar ¡No es que no vaya a creer, a uno le tocó una vida muy dura! Y entonces a uno las escaleras {carro}lo esperaban hasta que uno terminara e hiciera todas sus vueltecitas. Y entonces muchas veces les tocaba salir por ahí a las seis de la tarde. Pues en esas escaleras le iba a uno muy bien porque ellos a la hora que uno terminara. ¡Ah bueno! Casi todas éramos amigas. Y los choferes eran muy formales, no ¡Ave María!
María Lía Alzate Rojas, nacida 1940
Doscientas lavanderas más o menos había. Tulia Atehortúa, Zoila Rosa Pérez, María Dolores, que esas eran tías de mi mamá. Pues éramos todas una misma familia. O sea, montábamos todas en el mismo carro… conversar y traían mecatos y repartían… a uno le regalaban en esas casas naranjas, bananos, y mucha cosa, y eso uno en el carro con las amigas repartía. Llegaba por ahí a una tienda y de pronto se hacía amigo del señor que era tendero, le compraba cositas y todo eso, y le daban a uno permiso para que se arrimara ahí, y ahí guardaba uno la ropa y las cositas hasta que se iba a volver a venir, y allá iban los carros y lo recogían. Don Fernando, Manuel Uribe, Ramón Ochoa, Miguel Gallego, Vicente Gallego, Juan Gallego, mucha gente, de los que eran choferes cuando nos tocó a nosotros, Juan Sánchez. Eran todos amigos. Era que los choferes eran muy formales y ya nos conocían y nosotros los conocíamos a ellos y todo eso.Ligia Londoño Rodríguez, (QEPD 1940 - 2018)

Desaparición progresiva del oficio de lavado en las últimas décadas


De Comfenalco pa’ abajo que eso era el kilómetro 14, de ahí para abajo por donde llaman dizque el puente Molina, por ahí salían muchos bandoleros. Ya esos conductores de las escaleras ya no volvieron porque, lo uno por los atracos, y lo otro porque ya no les pagaba porque ya la gente era muy poquita y todo eso. Porque por allá de El Tambo, había una señora que ella ya hasta murió, ella lavaba ropa pues, pero le daban la plata en la casa como para mercar y toitica la plata, toda, se la robaban. En ese tiempo robaban mucho en esa carretera.María Olga Ríos Hernández, nacida en 1938

Mi suegra lavaba y ya… se fueron pa’ Medellín y me dejó hasta las bateas, el lavadero y ya seguí lavando. Eso como que se rajó con el sol, eso se acabó. Eso se mandaba a hacer, había gente que hacía eso, hoy no hay nadie quien… bueno eso creo que pa’l lado de Guarne hay quien haga pilones y haga bateas, pero por aquí no.Aurora Atehortúa Zapata, nacida en 1934

Cuando mi mamá, pues ella se murió, mi hermana se fue a vivir a Medellín, entonces ya quedé yo y ya tuve que ir dejando ropas, porque yo no era capaz de la cantidad de ropa que mi mamá lavaba. Ya unas consiguieron lavadora. Yo las fui dejando y a lo último, ya lavaba más poquita ropa, como un bultico de ropa, la poca ropa que traía si me tocaba aplanchala. Ya cuando las escaleras se terminaron, que ya no venían, sino ya eran las busetas de Santa Elena, yo traía como tres traticos y un viajecito así más o menos, pues y siempre me permitían pues en la buseta montar en las bancas de atrás. Hace como dos años tuve que dejar ya las dos que tenía porque yo me enfermé mucho y me llevaron pa’l hospital y todo, entonces ya tuve que dejalas, y entonces ya… ya no pude seguir lavando.María Lía Alzate Rojas, nacida en 1940

Ese destino se vino a acabar le digo cómo… cuando ya… empezaron las lavadoras, con eso se acabó el destino de la lavada, y que mucha gente también ya… falleció. Por lo regular hay muy poquiticas, es contaditas por ahí algunas dos o tres. Pongamos como que son las hermanas mías, por allí por lo que llaman el Alto de Medina, por ahí hay como otras dos señoras y hay una que ya está hasta muy enferma también. Por allí por el lado de Matasano también había y también se acabaron.Ligia Londoño Rodríguez, (QEPD 1940 - 2018)

Tradición

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Lavar ropa, más allá del oficio, les permitió a estas mujeres relacionarse con la ciudad; es decir, establecer una suerte de puente entre el campo y la zona urbana de la ciudad, soportado en rutinas aprendidas en el seno familiar. Ellas cargaban en sus espaldas la ropa en talegos o costales, algunas veces en mulas, y más tarde en los camiones escalera que inauguraron el transporte público en la zona. Los aditamentos como el jabón y el almidón, adquiridos en la ciudad, también marcaron una relación con lo urbano, si bien ellas los aplicaron siempre bajo sus lógicas propias.

Así, era algo generalizado en la zona que estas mujeres muy pronto, todavía muy niñas, aprendieran a madrugar, cocinar, servir la comida y atender las múltiples tareas de la huerta. Esa versatilidad en cuanto a las atenciones dedicadas en especial a los hombres marcaría el relevo inexorable cuando sus madres decidían dedicarse por completo a lavar ropas para la gente de la ciudad. En estos casos, el escenario natural de las quebradas se transformaba luego en una escuela para que esas mismas niñas aprendieran todo el proceso de lavado, primero viendo y luego copiando a sus madres, tías, abuelas y vecinas en varias veredas, pero muy especialmente en los charcos de los alrededores de Piedras Blancas.

Se pueden resaltar algunas tradiciones asociadas a este oficio al desglosar el trabajo semanal que abarcaba llevar y recoger la ropa los lunes, lavarla y vigilar su secado durante los días y las noches siguientes; y en muchas ocasiones ofrecer el servicio de almidonado y planchado de ciertas prendas, para rematar la semana con extenuantes jornadas de distribución por diferentes barrios de la ciudad. Su consagración a esta rutina haría célebres a las lavanderas de este territorio, reconocidas por su habilidad para blanquear, despercudir y devolver las prendas bien dobladas. Una responsabilidad que ellas mismas recalcaban al hacer los “tratos” por “piezas” de ropa, hasta completar una “docena”, la medida más recurrente a la hora de cobrar.

Conoce los momentos claves del lavado

El jabón

La casita donde vivía mi papá era pegada de la de mi abuelita. Entonces la abuelita mía lavaba en el mismo por allá dentro en la cañada… ¡lejos! Eso había que mejor dicho ponele cargador a un costal grande pa’ llevar toda esa ropa por allá, pero eso era muy lejos. Ahí no había que saber sino que el ejemplo lo cogimos… como nosotras nos sentábamos allá en el lavadero a ver mi mamá cómo lavaba y la abuelita igual. Entonces como nosotros nos encurrucábamos desde pequeñas ahí a miralas a ver cuándo salían de ahí del agua pa’ la casa, entonces nosotras no nos dieron clases sino que veíamos…Aurora Atehortúa Zapata, nacida en 1934

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Ligia Londoño Rodríguez

Eso eran unos charcos… grandes… ahí están las piedras que eran piedras grandes pa’ uno poner la ropa; metíamos la ropa al agua y la íbamos enjabonando, a lo que enjabonábamos una tanda nos poníamos a estregala y lo que estregábamos esa tanda la sacábamos y la tirábamos al sol a asolear, le tirábamos agua, pa’ que se blanqueara. Ah! eso lo dejaba uno por ahí dos o tres horas al sol… ya la juagaba uno y la extendía al sol a secar y a lo que se secaba ya la recogía uno.Ligia Londoño Rodríguez. QEPD (1940 - 2018)

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34 Segunda asoleada

El sereno en la noche, en la fresquedad de la noche. Lo que llamamos sereno, escarche. Pero cuando eso era sereno. Y esas señoras nos decían ¡Déjemela al sereno que blanquee, que queda bonita! Esas camisas de esos clientes quedaban eso blanco, blanco. Eso era el mérito de eso. Dejala al sereno. Pero en eso tenía uno que tendela ayer, dejala anoche al sereno (enjabonada), y ya hoy juagala y ponela a secar.Aurora Atehortúa Zapata, nacida en 1934

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Manos

Había un trato que había que almidonales las sábanas y las fundas. Uno echa el almidón en agua caliente y entonces uno revuelve pa’ que quede como babosito y eso, y entonces ya uno mete el trapo allá y eso quedaba tiesecito. ¡Ave María! A mí me tocó mucho aplanchar y me tocaba con planchas de leña, yo aplanchaba con leña y entonces para que no se ahumara la plancha la tenía que poner en una lata, y entonces por debajo ya le metía la leña en el fogón, así se calentaba, así aplanchaba, a mí me tocó mucho planchar eso, no pero mejor dicho… ¡Duro, ave María! Enfriaba aquí la plancha tenía que volar a meterle leña al fogón; que vea que ya se enfrío la plancha, que… ¡No, Ave María! ¡Eso era un problema! (risas)María Lía Alzate Rojas, nacida en 1940

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Galería de fotografías

El lavado de ropa llegó a ser el tercer oficio con mayor demanda en la Medellín del siglo XIX, pero su ejercicio al aire libre, valiéndose del agua natural puso en alerta a las autoridades sobre las consecuencias ambientales de esta práctica, sobre todo en sitios cercanos al centro urbano donde muchas lavanderas empezaron a ser multadas. Esto pudo haber ocasionado que muchas se retiraran con sus atados de ropa cada vez más lejos, quizás a charcos más solitarios como los situados en el entorno natural de Santa Elena; una versión que coincide con lo que manifestaron las mujeres entrevistadas al referirse a sus tatarabuelas.

Según relatan las memorias, por muchos años estas matronas cargaron fardos de ropa en sus hombros, en la espalda y hasta en la cabeza, como se muestra en una de las fotografías de la BPP; así, descalzas y todavía con el delantal, caminaban hasta seis horas por La Cuesta, un camino prehispánico entre Medellín y Guarne que cruzaba por los sectores de La Honda y Piedras Blancas. En ocasiones recibían ayuda de arrieros como don Alfonso Ríos Ramírez, quien les ayudaba con sus caballos y las acompañaba a descender por los terrenos agrestes de entonces que hoy ocupan los barrios Enciso y Buenos Aires.

En los años cincuenta llegaron las chivas o buses escaleras para cubrir una ruta entre Medellín, Guarne y San Vicente. Esto incentivó el oficio de las lavanderas, quienes gracias a su mayor capacidad y velocidad podían cargar más “talegos de ropa” y movilizarlos en mucho menos tiempo. Las mujeres entrevistadas recuerdan con nitidez el arribo de esos carros a recoger a las “roperas” de Santa Elena los días lunes y viernes.

Esta galería de fotografías, extraídas del Archivo Fotográfico de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín, ilustra algunos rasgos de la práctica del lavado en distintos momentos y contextos. Las imágenes más antiguas evidencian la presencia de este oficio en varias quebradas de Medellín. Otras muestran las lavanderas situadas a orillas de los ríos o usando acequias adaptadas desde los nacimientos de agua hasta sus casas. Aunque no se trata de registros realizados en Santa Elena, se pueden observar algunos rasgos comunes en cuanto al proceso de lavado y secado de la ropa, y se pueden apreciar los sistemas de transporte a pie, en mula o en carros escalera.

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