Las tapias son muros fabricados con tierra pisada que otrora soportaban las estructuras de templos, escuelas, fondas y viviendas. Aunque esta técnica desapareció ante la irrupción de materiales como el ladrillo cocido y el cemento, los vestigios o las construcciones de este tipo que aún se mantienen en pie han adquirido una dimensión patrimonial que trasciende su antigüedad. Se trata de un acervo de oficios, saberes y herramientas que se disponían en función de adecuar un determinado espacio de encuentro social o familiar con gran talento y creatividad.
En el altiplano de Santa Elena, el mayor número de construcciones de tapia data de las décadas comprendidas entre 1930 y 1970. Los tapiadores conseguían todo lo necesario, tierra, piedras, madera, boñiga, pencas de fique y jornaleros que ayudaban con todo lo relativo al manejo de estos materiales, en muchas ocasiones bajo acuerdos de mutua colaboración, pues todos compartían el sueño de crear una familia y darle su propio techo.
Estas memorias buscan reafirmar las bondades ecológicas, económicas y sociales de las casas de tapia; rememorar aquellos avatares de los tapiadores asociados a cargar piedras, armar tablones y apisonar tierra capa por capa, es un ejemplo de laboriosidad de éstos campesinos que concebían sus casas como “utilidades sagradas de la misma tierra”.