Las mujeres cargaban la ropa en costales de cabuya en un trayecto que duraba mediodía desde el centro de la ciudad. Al día siguiente, muy temprano, luego de atender los quehaceres domésticos, se retiraban a la quebrada para dedicarse al lavado hasta el anochecer.
El oficio podía abarcar todos los días de la semana y cada jornada estaba destinada a cumplir una labor específica: remojar, estregar, juagar, escurrir, asolear, serenar… Les esperaba otro recorrido extenuante de regreso, pero al fin de cuentas recompensado cuando devolvían la ropa por los diferentes barrios de la ciudad.