En las huertas y los potreros… En los arreboles que contrastan con las montañas… En el agua que emana en abundancia… En la nobleza de los jornaleros, siempre prestos a domar el campo… En todo esto, Luis Fernando Hincapié encontró la inspiración.
En las huertas y los potreros… En los arreboles que contrastan con las montañas… En el agua que emana en abundancia… En la nobleza de los jornaleros, siempre prestos a domar el campo… En todo esto, Luis Fernando Hincapié encontró la inspiración.
Fue el menor de la familia, y por eso se crió siempre al lado de su madre, Ana Francisca, mientras los mayores acompañaban a su padre, José Conrado. Con ella aprendió a cuidar el jardín que adornaba la casa, situada en la vereda El Cerro. Mientras desyerbaban y abonaban las plantas, su madre interpretaba diversas canciones para ambientar la labor.
Los viernes en la noche, ayudaba a acomodar la carga que su padre y sus hermanos venderían en la ciudad. Él se quedaba en la casa observando las líneas luminosas que trazaban sobre las montañas los faroles que cargaban los grupos de silleteros que emprendían su lenta marcha hacia Medellín. Para Luis Fernando, ese siempre será el desfile más bello que haya visto y verá en su vida, no duda en remarcarlo.
Aunque creció entre las flores, las demás labores del campo nunca le fueron ajenas. Sin embargo, su espíritu inquieto lo llevó más allá de los sembrados. Para él los temores nunca fueron más fuertes que las oportunidades y, persiguiendo su instinto, se convirtió en negociante.
Arrendó un local que era de su hermano y montó un estadero que denominó “El Recreo”. Bizcochitos, empanadas, panelitas y tamales servían de aperitivos para pasar el licor e invitar a los clientes a quedarse un rato largo. El choque de las bolas del billar, la algarabía que crecía con los aguardientes y la música que animaba la verbena, acompañaron durante mucho tiempo sus jornadas.
En esa época alegre desafió con serenatas la oposición de su suegra: “¿Qué nos importa que nos impidan hablar, si comprendo tu mirada y tu comprendes la mía?”, decía alguna de las canciones con las que se atrevió a conquistar a Luz Mery Zapata. La música es infalible, como él mismo lo asegura; por eso, en 1984 se casaron a pesar de todo.
Las guitarras y los tiples también lo han acompañado desde entonces; inspirado en Garzón y Collazos y en El Dueto de Antaño, se unió con los hermanos Ramírez para conformar un trío que acolitó decenas de conquistas y acompañó también muchos desamores.
Su pasión por la música y por la tierra donde nació, lo llevaron a componer el himno de Santa Elena, una declaración orgullosa al lugar que ha inspirado sus mejores versos. Es en esas montañas donde ha encontrado refugio cuando su ímpetu aventurero lo llevó tantas veces a replantear el camino.
A pesar de las caídas, Luis Fernando siempre ha encontrado la forma de levantarse, no hubo idea que no se animara a emprender ni tarea a la que no se hubiera atrevido. Por eso, para no dejarle tanto peso a la memoria, recoge las evidencias de los caminos andados. Cada recorte de prensa, cada disco que ha grabado, cada recuerdo de los personajes conocidos y los proyectos soñados van dibujando el rastro que permite descubrir la esencia de su legado.