Doña Estella y sus recuerdos floridos

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Ella inicia la conversación y el corredor parece llenarse de voces, de la algarabía de la gente, de la música de carrilera, de arengas festivas y del sonido de copas que se juntan en múltiples brindis. Sus relatos permiten imaginar la casa convertida en un gran salón de baile, con las bandejas de comida y el aguardiente que rota de un lado para otro.

Mientras se acomoda en el sofá, se despliega la falda del traje típico bordado con flores. Ni la tradicional estructura de la casa, ni el colorido de las plantas que cuelgan de los travesaños, ni siquiera el verdor de los campos de la vereda San Ignacio, igualan la estampa que compone Luz Estella Hincapié, quien a sus 79 años representa, como un ícono, la figura de la mujer silletera.

Aunque el evento crucial es el desfile, ella entiende que su rol es permanente. Conseguir su lugar le costó mucho, pues como ella lo dice: “no cualquiera es silletero”. Para poder desfilar hay que ganarse el derecho, conseguir un contrato, un título que pocos tienen la suerte de portar.

Su esposo, Luis Carlos Sánchez estuvo entre los primeros treinta campesinos que recorrieron el centro de Medellín exhibiendo las flores que luego venderían en la plaza de Cisneros. Pero la dicha le duró muy poco, porque después de cinco años de participar en el desfile perdió el contrato por descuido, llegó tarde a renovarlo y no pudo desfilar.

Pero como si presintiera que ese lugar estaba destinado para ella, Estella se empecinó con hacer parte de esta fiesta. Las carencias de la infancia le enseñaron que para lograr que la vida te entregue cosas hay que pedir con trabajo, por eso insistió con paciencia y tocó todas las puertas hasta obtener el contrato.

En adelante, organizó los ramos con sus hijos, animados por la música y el aguardiente. Gladiolos, hortensias, margaritas y hasta espigas de maíz, se acomodaban con cuidado en la silleta. La constancia dio paso a la tradición y su figura se estableció en la medida en que el desfile creció hasta convertirse hoy en una manifestación patrimonial.

Más allá del colorido arreglo que año tras año carga a su espalda, la gente la reconoce por su carisma, por la vitalidad y entereza que siempre demuestra. Ya sea en la Feria de las Flores de Medellín, en Bogotá, en San Andrés o en cualquier lugar donde ha sido invitada para representar este legado; ya sea en el grupo de la tercera edad, en la clase de aeróbicos o en cualquiera de las actividades a las que diariamente la convocan, Estella, como su nombre lo indica, sigue dejando una huella de alegría a su paso.

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