Chon y Candelario, una historia de amor y flores

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No se puede hablar del uno sin mencionar al otro, pues la leyenda se ha escrito con los dos a un mismo tiempo. Hablar de ellos es hablar de flores, de silleteros puros, de esos que sabían que si sembraban en menguante las cosechas eran más prosperas, de los que se amarraban ramos en la cabeza y llenaban la silleta a tope para que ni una hortensia, ni un agapanto, ni un gladiolo, se quedaran sin ser vendidos.

Todo lo han hecho juntos, desde que Manuel Efraín Londoño, más conocido como Candelario, tocaba la flauta acompañado de sus hermanos a la entrada del colegio, hipnotizado por Encarnación Atehortúa, más conocida como doña Chon. El amor creció tan natural como las flores, ella correspondió las miradas y ambos cruzaron “palabritas”. El matrimonio vino sin tropiezos ni oposiciones y la vida entre los dos empezó a ser más liviana.

Ambos araban la tierra y plantaban las semillas, ambos se cargaron al hombro la tierra para construir la casa de tapia, ambos cruzaban las montañas para vender sus productos en la Plaza de Cisneros. El trabajo solo era interrumpido por los partos; los 10 hijos fueron llegando sin afanes. La partera se encargaba de atenderlos y, cuando era necesario, a Chon la bajaban a Medellín cargada en una silleta.

Las dietas se cuidaban trabajando, pues las flores siempre requerían atención. A falta de doctores, ella tenía las plantas: el cedrón para los nervios, la yerbabuena y el perejil para el dolor de estomago y la malva para refrescar el cuerpo.

Su generosidad y entrega los llevaron a ganarse el cariño de la comunidad, pues no escatimaban esfuerzos para brindar ayuda. Acompañados de otros campesinos, aceptaron la invitación para recorrer las calles del centro de Medellín exhibiendo sus silletas, y entonces, caminaron juntos como siempre y se convirtieron en pioneros de esta manifestación.

Como Chon y Candelario quedan muy pocos, pues desde 1957 han estado presentes en todos los desfiles. Ella, a sus 83 años, y él, a sus 95, continúan construyendo una historia de amor que se ha convertido en patrimonio de la cultura silletera.
Ahora, ellos son participantes de honor en el desfile y mientras saludan a la multitud desde la carrosa que identifica a los pioneros, sus hijos y sus nietos se siguen poniendo el cargador en la frente para representar con orgullo la tradición que han heredado.

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