Para Alfonso Ríos ningún camino fue corto, las montañas lo vieron pasar remarcando las pisadas desde que tenía seis años. Ya fuese para ir a ordeñar o para traer la leche, para llegar a la escuela o para arrimar a la casa de la abuela Lionita, a disfrutar de una taza de su famosa mazamorra.
Para llegar a cualquier parte había que caminar por horas y horas, y los pies se fueron volviendo anchos por usarlos sin zapatos, así era en ese tiempo. Por eso, cuando a sus 19 años quiso cubrirlos por primera vez, le costó mucho trabajo encontrar unos zapatos que se adecuaran a la horma de sus pies.